lunes, 12 de julio de 2010

El Síndrome de Superman

El "Síndrome de Superman". Así recuerdo que le llamábamos en mi primer año de la carrera de Derecho a nuestras ganas de hacer del mundo un lugar mejor. Hoy, al mirar atrás, nos reímos con amabilidad recordando aquel estoico sentimiento; algunos sonreímos por tontos, otros porque nos sentimos realistas, otros lo hacemos porque simplemente no encontramos una reacción distinta que no nos haga sentir como unos completos desalmados, como robots inertes que forman parte de la cadena de producción de una fábrica llamada mundo posmoderno. Aquello que nos salva de la quema, eso que nos permite seguir en pie y andando sin caer en la locura de la desesperación, es nuestra individualidad y nuestro círculo de confort. En nuestro ambiente, rodeados de nuestra gente, nos sentimos seguros, importantes, y le damos a nuestra vida una sensación de utilidad, de productividad que beneficia nuestro entorno.

Decía Aristóteles que la familia es el núcleo de la sociedad. Yo no soy quién para dar validez a las opiniones del Sr. Aristóteles, pero ya que estoy en mi círculo de confort, les comparto que estoy completamente de acuerdo con él. Dada nuestra naturaleza –la de los seres humanos-, la familia se antoja elemental en la formación de una sociedad sana, funcional y congruente. Es la familia, entonces, el núcleo de nuestro círculo de confort. Estoy diciendo que la sociedad en la que nos desarrollamos comprende los límites de nuestro círculo de confort, y esto puede ser tan bueno como tan sana, funcional y congruente sea esa sociedad, y viceversa.

Hoy vivimos en mi país días cargados de tribulación, de violencia, de tragedias y sangre. Cuando no secuestraron al “pariente de un conocido”, robaron la tienda de “una señora que vive cerca”, el crimen organizado le cobra ‘cuotas’ al bar “de un amigo” o abrieron un nuevo table dance en plena zona residencial y el Presidente Municipal dice que “no estaba enterado”, al tiempo que toma el celular y habla con ‘quién sabe quién’ dando sólidas y autoritarias indicaciones de que se investigue de qué va ese table dance y se tomen las medidas necesarias para que cierren el lugar cuanto antes. El “pariente de un conocido” sigue secuestrado –si no es que muerto ya-, a la “señora que vive cerca” no se le ha hecho justicia, el bar “de un amigo” sigue recibiendo sendas visitas de recolección por parte del crimen organizado y el table dance sigue abierto y funcionando tan diligente como las luces de neón que engalanan el dintel de sus columnas y anuncian a todas luces la decadencia de nuestros valores. Y yo vivo en una ciudad pequeña –lo de “ciudad” es por aquello de la vanidad local- en la que todavía puedo circular por las calles sin temor a verme involucrado en un tiroteo o ser víctima de un robo u otro acto de violencia similar. Ya me viera yo en lugares como Ciudad Juárez, donde las cosas están tan delicadas que el robo a una tienda o la apertura de un nuevo table dance son problemas de menor gravedad.

Mientras todo esto sucede, gracias a la alternancia y el tan esperado arribo de la democracia a México, la Partitocracia vive días fulgurantes. Hoy más que nunca los Partidos Políticos aprovechan un sistema que, más que para el bien común, está diseñado para que esos Partidos conserven el poder. Lo único palpable que hemos ‘ganado’ al conseguir alternancia en la Silla Presidencial, es desilusión y desengaño, lo que recae inevitablemente en un sentimiento nacional depresivo. Ahora la alternancia ya no nos invita a soñar con un futuro mejor y nadie se atreve siquiera a contemplar la posibilidad de la violencia y la revolución para cambiar el rumbo, sabiendo que generar más violencia no puede ser una solución legítima ni productiva dadas las circunstancias. Resultado: tristeza apenas tolerable, desesperanza y conformismo. Nos hemos convertido en una nación ‘emo’.

Es aquí donde se extraña ese “Síndrome de Superman” que tantos sufrimos alguna vez. No digo que los abogados sean la solución a los problemas de México. Dios nos ampare. Pero qué bien nos vendría un nuevo héroe nacional, si acaso hemos tenido alguno ya que valga la pena. Disculparán que haga de mi pesimismo algo extensivo, no sólo a mis contemporáneos, sino a todos los periodos históricos previos de este país, pero si “por sus frutos los conoceréis”, pues nuestros héroes nos han dejado, como mucho, un puñado de manzanas podridas, fueran o no buenas sus intenciones. Me duele decir esto, porque yo he conocido de primera mano a personas con auténtica madera de héroes y que han muerto en el intento o que ya dejaron de luchar, pero la realidad nos muestra que su huella no ha marcado realmente una diferencia y fue borrada mucho antes de que pudiera ser seguida por alguien más.

Estos problemas que aquejan nuestro país, hace mucho ya que cruzaron los límites de nuestra sociedad, de nuestro círculo de confort. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que invadan el núcleo de tu círculo de confort? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que sea tu familia o la mía directamente afectadas por estos problemas? Decía Joaquín de Fiore, uno de los precursores del pensamiento moderno, que la historia es lineal, dividida en tres etapas, y que sólo había que esperar a que una etapa diera paso a la otra. Tampoco soy quién para restar validez a las teorías del Sr. de Fiore, pero como sigo en mi círculo de confort, los invito a no ser partícipes de sus postulados. Sentados, sólo esperando, no llegaremos a ninguna parte. La historia no es lineal, sino única y llena de variables infinitas pero, eso sí, imitable. Volvamos a nuestras raíces, retomemos nuestros valores, procuremos nuestras familias y comencemos a hacer de nuestra sociedad un círculo de confort sano, funcional y congruente. Es la única solución.