miércoles, 15 de febrero de 2006

El catálogo de la soledad 1

Parece tan claro, tan obvio. Al hombre, si algo le asusta, es la soledad. Esa sensación insípida de penumbra social y afectiva. La soledad es justa, no discrimina, a todos nos pega tarde, temprano o siempre. Pero no es igualitaria. Unos sufren más que otros y por distintos motivos. El fatídico miedo a morir en vida en función de lo que se venera y anhela.

Vamos paso a paso y analicemos algunos de los incontables tipos de soledad.

Primero está la soledad del materialista y superficial. La de aquel que sufre porque no tiene quién le admire o le reconozca su carro último modelo, sus relatos de viajes llenos de opulencia por Europa y su ropa estampada con esos enormes y reconocidos logotipos de prestigiadas marcas extranjeras: versánchez, dulces&gabanes, armando extraordinario, luís burlón, jefazo y tantas más. Y como ahora mismo se me ocurrió adjudicar un calificativo a cada tipo de soledad, a esta le pondremos “la soledad patética”. La más sencilla o, si acaso, la menos complicada de curarse, ya que poco depende de los demás y no requiere más que voluntad y poco más de dos dedos de frente para solventarla.

Después tenemos la soledad del amigo del pueblo. Ese que le encanta que su teléfono suene todo el día, que cuando se conecte a Internet no paren los saludos por el “Messenger” y su correo electrónico rompa todas las marcas al recibir más correos personales que “cadenitas”. El que llega al antro y parece reina de carnaval en plena caravana, saludando y abrazando a todo mundo y saltando de mesa en mesa. ¡Pobre amigo del pueblo! Apenas pasan sus quince minutos de fama y ya no suena su teléfono, en su correo sólo quedan “cadenitas” y, para colmo, ni siquiera se consiguió una novia cuando pudo. Termina volviéndose adicto a la popularidad; cuando la pierde, la ansiedad es insoportable y, para compensar, levanta el teléfono y a veinte pesos más IVA por minuto conoce a Jenny (“¡Esta es bien zorra!”), a Jorge (“¡jaja, inshi wey borracho y desmadroso!”), a Diana (“Como que le gusto… o ¿no?”) y a Fermín (“¡Me mata de la risa este cabrón!”). Cuando llega el recibo telefónico, considera seriamente cambiar su vicio por la heroína. Esta es “la soledad llamarada de petate”.

Analicemos ahora la soledad del amigo cibernético. Su computadora Pentium de última generación y su Internet de banda ancha le permite explorar hasta los más recónditos rincones de la red, desde su correo electrónico hasta los blogs más insulsos. Este personaje es sumamente popular, pero en el Messenger y otros foros del Internet. Es un tipo de cuidado, no querrías meterte con alguien que puede bombardear tu correo y atascar de virus tu computadora hasta reventar tu tarjeta madre y, por si fuera poco, es un verdadero rompecorazones que tiene novias por todos lados; una en Holanda, otra en Suecia, otra en Portugal, no podía faltar una en Japón (esta, por supuesto, usa web cam) y está haciendo sus labores para conseguirse una en Mozambique. Su cuarto es su santuario y fortaleza; entre esas cuatro paredes se protege del mundo exterior. Eligió la píldora azul. En una ocasión, a las cuatro de la mañana y sin servicio a domicilio disponible, emprendió la gran aventura al OXXO más cercano (a poco menos de dos cuadras de su casa) y se topó con la cajera más simpática de las tiendas de autoservicio y, aunque está lejos de igualar la belleza de su novia en Japón, huele bien y tiene anchura, altura y profundidad. Lástima, la cajera además carece de la disposición de la japonesa. Al regresar a su fortaleza se da cuenta de que la Mátrix no es perfecta. Tal es “la cibersoledad”.

Seguimos con la soledad de aquel al que le gusta estar solo. No nos engañemos, el nombre es una falacia al igual que la voluntad del que la sufre. Aislado de la sociedad por convicción. Maestro implacable del Xbox y dominador absoluto de la programación de Canal 5 y MTV. De repente, un libro cae bien y, si tiene suerte, le siguen otros cuatro por mes. Este singular personaje se jacta de su perfecta autosuficiencia, aunque papi y mami lo consienten hasta el cansancio. Después de ver tanta camaradería preparatoriana con finales felices y románticos en las películas nocturnas de Canal 5, decide conquistar el mundo o, por lo menos, hacer algunos amigos. Para su mala fortuna, al amigo ermitaño ya se le cataloga como “raro” o, en el mejor de los casos, como “extravagante”, y algunos aseveran que sufrió humillantes experimentos en un encuentro cercano del primer tipo con los extraterrestres ojones que promociona Jaime Mausán, causa de su extraño comportamiento. Entonces este solitario personaje se da cuenta, al ver “Enchúlame la Máquina” por MTV, que necesita un superautomóvil para impresionar a aquellos que él ya llama sus “amigos” y así lo acepten en su hermético círculo social. Pero claaaaaro, ¡se necesita billete!, ¡lana!, ¡marmaja!, y papi y mami no están por la labor de comprarle un Golf GTI, y menos después de gastar tanto en su flamante Xbox 360 totalmente equipado, por lo que tendrá que conformarse con el bochito modelo ‘79 que papi estaba a punto de vender. Nada parece funcionar. El solitario ermitaño se convence una vez más de que la soledad es el camino que voluntariamente eligió y ahora hasta tiene bocho para recorrerlo. Esta es “la soledad masoquista”.

Hoy hasta aquí llegamos. Si cabes en alguno de los diversos tipos de soledad presentados en esta primera parte del catálogo, te pido una sincera disculpa, ya que no incluyo soluciones. La siguiente ocasión analizaremos otros tipos un poco más intensos, que merecen especial atención.

viernes, 10 de febrero de 2006

En "construcción".

Aquí no hay nada importante... ni siquiera nimiedades. Vuelve después.

(dicen por ahí que este sitio está en construcción... ¿?)