domingo, 26 de agosto de 2012

Breve Análisis de la Ética Periodística

Ética, moral, deontología, virtud y, si eso no basta, virtud moral, ética deontológica… El espectro que estudia todo aquello que regula (o no) el actuar de los seres racionales es tan amplio y rico que las opiniones encontradas, para bien o para mal, muchas veces van de la mano con los usos perdidos. Para no convertir esto en un tratado de antropología filosófica, voy a manejarme alrededor del concepto aristotélico de la virtud ética (que por muy clásico y aburrido que sea, es el que más me gusta), ese que dice que es una disposición voluntaria adquirida, es decir, un hábito racional que busca el término medio entre dos vicios, entre el exceso y el defecto.
Decir que la virtud ética es un hábito adquirido significa que es algo que se aprende. A pesar de que Aristóteles considera que el hombre tiende al bien por naturaleza, explica que la virtud hay que adquirirla racionalmente y mediante el conocimiento empírico. De ahí que se entienda esencial el estudio de la ética profesional en la academia. Uno nace incorrupto (aunque condenado a las piras ardientes por el Pecado Original, pero esa ya es otra historia), pero no ético. A la luz de un análisis pragmático, es legítimo afirmar que sólo se puede ser ético en la acción, y jamás en sentido pasivo, es decir, que para ser ético hay que actuar en forma ética y no simplemente evitar realizar acciones no éticas. Es aquí donde se puede empezar a marcar una importante diferencia entre ser virtuoso y ser ético.
Específicamente en el campo profesional del periodismo, es decir, en el ejercicio de la profesión, la ética se puede resumir en una sola idea general: el compromiso con la verdad. Tan simple como eso y, paradójicamente, tan complejo a la vez. Simple porque, debates metafísicos aparte, es fácil entender lo que es la verdad, que es lo que es y no otra cosa. Complejo porque una misma verdad puede ser interpretada de muchas formas distintas, atendiendo, principalmente, el contexto donde se suscita y, en el caso del periodismo, también el contexto de quien transmite la información y, más importante aún, el contexto de quien la recibe, que es quien en última instancia da sentido al proceso de la comunicación.
La ética periodística exige, entonces, una correcta interpretación del ‘deber ser’ al momento de comunicar. La veracidad del contenido de la información es la medida, el santo y seña de aquello que es o que deja de ser ético. Existen también otros elementos, además de la verdad misma, que están relacionados con la ética, y yo los divido en directos e indirectos. Un elemento directo, por ejemplo, es la autoría de la información, es decir, que ésta no sea plagiada. Un periodista puede transmitir una nota que sea absolutamente veraz, pero faltará a la ética si dicha nota originalmente pertenece a alguien más; así, aún cuando se transmite una información cierta, el plagio constituye un actuar profesional no ético. Un elemento indirecto puede ser, por ejemplo, la respetuosa comunicación de la información. Si un periodista ofende a nivel personal a otra persona en su información, aunque ésta sea verdadera, incurrirá en una falta al ‘deber ser’ del profesional de la comunicación. Es decir, que aunque el respeto no afecte directamente a la verdad, sí pude constituir una falta a la ética profesional.
Por último, me gustaría destacar la característica aristotélica del ‘término medio entre dos vicios’ del ‘deber ser’. Este es un elemento especialmente importante para el periodismo contemporáneo, en el que el profesional de la información se tiene que mover con tiente para cuidar de su propia seguridad y la de sus seres queridos. El periodista debe comprender los extremos de su profesión para no caer en el defecto (cobardía) ni en el exceso (temeridad). Luego entonces, la información transmitida debe atender siempre a la prudencia y jugar entre los dos extremos sin que este juego agreda el compromiso ético con la verdad. Para ponerlo en cristiano, ‘ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre’, porque si bien lo cortés no quita lo valiente, ojo, porque lo valiente a veces sí pone lo pendejo.