martes, 25 de septiembre de 2007

Porque no sólo los idiotas ven fútbol...

... y para dejar las cosas bien claras.


No me malinterpreten, es sólo que amo al Barça y odio al Madrid (esto lo digo por aquello de la remota posibilidad de que esto pudiera llegar a ser interpretado de una manera distinta).
Como dato cultural, quiero agregar que a veces quisiera que el Generalísimo Franco estuviera vivo para tener aunque fuera una mínima esperanza de poder darle un buen puntapié en el trasero.

FORÇA, BARÇA!!!

lunes, 3 de septiembre de 2007

El catálogo de la soledad 2

Seguimos pues con la segunda parte del mentado ‘Catálogo de la soledad’. Eterna promesa incumplida en tiempo, pero cumplida al fin en su realización. Veremos si todavía quedan por ahí al menos un par de ociosos(as) que, sin generarse muchas expectativas, en un espontáneo ataque de curiosidad se hayan decidido a visitar una vez más este intermitente homenaje al ocio.

Sé que antes dije que en esta segunda parte analizaríamos tipos de soledad más intensos e importantes, pero cierto es que el tema tiene mucha tela de dónde cortar y, como considero idóneo hacer de esto una experiencia gradual, progresiva, vamos a enfocarnos en ciertos tipos de soledad un poco menos intensos de lo antes pretendido, pero no por ello menos interesantes. Como aclaración final, considero prudente y justo mencionar que incluyo algunos tipos de soledad que fueron expresamente sugeridos por mis lectores.

Antes de iniciar la lectura, y si no lo has hecho ya, te aconsejo que leas la primera parte del catálogo, unas cuantas líneas más abajo en este mismo blog.

Espero que lo disfrutes.

Empezamos con la soledad de aquel que nunca está solo. No importa si es porque está guapo, porque es rico, porque con sólo parpadear le saca una carcajada al vecino o por todas estas juntas, por lo que quieras, pero este atractivo individuo siempre está rodeado de gente. Es el evidente y destacado centro de atención en las fiestas y reuniones y rara vez ha tenido la necesidad de servirse un trago él mismo. Como siempre tiene a alguien a su lado, ni siquiera sabe si él mismo se cae bien; no ha tenido una verdadera oportunidad de admirarse por guapo, rico o divertido, pero es sabedor del sentimiento ajeno y, a priori, con eso le basta y, aquí está lo malo, le sobra. Sus amigos, sus ‘no tan amigos’ y también sus ‘quién sabe quién carajos sea este wey’, siempre esperan algo de él, y eso de ‘algo’ es sólo ‘un decir’ porque, como clama el sabio y legendario Stan Lee: “con un gran poder, viene una gran responsabilidad”, y esas, mi estimado lector, son unas botas ya no grandes sino imposibles de llenar. Es una bomba de tiempo, tic, tac, tic, tac, tic, tac, ¡boom! ¡Ya no puede más!, ya no puede ser más ‘cool’ y, sin embargo, aún después del ‘¡boom!’, se siente obligado a ir in crescendo. Ya no le gusta ser el centro de atención, ya no quiere ser el centro de atención, pero no puede evitarlo, ya es parte de él. Es entonces cuando cae en la cuenta de que se le quiere, aprecia o admira por la idea de lo que es, y no por lo que verdaderamente es pero, lástima, es absolutamente incapaz de mostrar su verdadero ‘yo’, ya que, como nunca ha estado en compañía de él mismo, no tiene ni idea de cómo es para poder mostrarlo, por no mencionar que a eso se le aúna lo que sin duda puede llamarse un terminante pavor de hacerlo. Así de triste e insípida es su historia; siempre está rodeado de gente que acompañan a ese ‘yo’ que él conoce, pero él, tal cual es, jamás ha estado acompañado, ni siquiera por él mismo. Vaya frustración la que acompaña al colmo de los tipos de soledad, a “la soledad in fraganti”.


Como no podían faltar los tópicos de amor o, mejor dicho, de desamor, sigamos con la soledad de aquel al que le han roto el corazón. Desarrollar este tipo de soledad era algo casi ineludible. Cierto es que quien esto escribe (o sea yo, que aunque sobró aclararlo me pareció apto para el dinamismo y el simplista y desacertado humor con que me las gasto a veces) ya ha sido víctima de esas mujeres fatales, irracionales e inmisericordes que reciben el calificativo de “rompecorazones”. No me enorgullezco al admitir que he tropezado más de una vez con la misma piedra, que no con la misma mujer, y es por eso que casi quisiera evitar entrar en este tipo de soledad, pero sé y estoy consciente de que cuando decidí escribir este catálogo tendría que enfrentar muchos de mis mayores miedos. Lo cierto es que el dolor es de las mejores musas; el evidente hecho de que sigo dando vueltas alrededor de lo mismo una y otra vez sin entrar de lleno en materia es prueba irrefutable de mi falta de voluntad.

Entremos entonces en este deleznable tipo de soledad. Quiero aclarar que para evitarnos "problemas técnicos de fluidez" (lo que en realidad significa "para comodidad de este su seguro servidor") y por que se me vino en gana, utilizaré el género masculino como víctima. Estoy consciente de que hay por igual mujeres y hombres que se dedican a destrozar los corazones de aquellos(as) que somos fieles y buenos(as) con nuestras respectivas parejas (ajá), y no quiero convertir esto en una guerra de sexos, pero lamentablemente en este caso las mujeres serán las malas de la película.

Cabizbajo y arrastrando los pies a paso lento es como más comúnmente se le ve a este concurrido personaje. Que está, por lo menos, triste, es evidente. Lo que no se ve, aunque debería, es su corazón que está a una raya de caer en lo irreparable, si no es que ha caído ya. Pasan los días y sufre, pasan los meses y se resigna, pasan los años y se acostumbra. Ya es muy tarde para él; una mujer a quién amar es lo que más quiere, pero también es a lo que más teme. El corazón tiene más memoria que el cerebro; hace como que se repara, pero en el fondo siempre deja sus heridas abiertas. Negro es el día en que por fin conoce una mujer que llena sus expectativas, de conocida ascendencia e inmejorable reputación; bueno, ¡si hasta guapa es!, y no, ni eso basta. Se los dije, el corazón tiene más memoria que el cerebro; los recuerdos, y sobre todo los malos, no se pegan sino que se embarran en él, se incrustan y a veces también se mezclan entre ellos para dar vida a algo nuevo que sólo Dios sabe qué sea y cómo se le pueda llamar, pero que seguro no es nada bueno. ¡Ay de Laurita! (ah, sí, es que la bien reputada se llama Laura) Ella ni vela tiene en el entierro y hasta de rebote le tocó sufrir la desventura de que en alguna parte del mundo y en algún momento específico existiera una mujer muy parecida a ella, pero fatal, irracional e inmisericorde. A nuestro escéptico compañero se le acaban las opciones y le sobran los años. Sigue y seguirá solo. Como dice la canción: “solo voy con mi pena, sola va mi condena”. Ya ni Laurita lo extraña y aquella mujer fatal hoy está casada, tiene dos hijos preciosos y una casa de dos pisos y cuatro recámaras con una cochera enorme en la que no le caben sus carros y, sobra decirlo, tampoco le guarda en su memoria, ni siquiera en la del corazón. Esta es “la soledad fatal, irracional e inmisericorde”.



Seguramente después de leer el anterior tipo de soledad, tú, mi estimado lector, te has quedado con sed de sangre y justicia, por lo que te propongo que hagamos, aquí y ahora, pedazos a aquellos que sufren la soledad del rompecorazones. En este caso, para balancear un poco las cosas y porque se me vino en gana (sí, otra vez), se cambiarán los papeles y será el hombre quien hará las veces de villano.

Todos lo conocemos ya. El típico Don Juan, siempre con un as bajo la manga que hace que todas, más temprano que tarde, caigan. Este casanova es tan suertudo que, aún y cuando es por todos conocido que tiene el corazón dividido en condominios en los que todas caben, las indefensas mujeres siguen convirtiéndose en presas de sus encantos a tal extremo que algunas llegan al cinismo de "peleárselo". A nuestro implacable conquistador le sobran las admiradoras, y le falta el tiempo para atenderlas a todas como las reinas que son. Hay que ver que darle a cada una su respectivo condominio del corazón tiene su mérito, ya que cuesta tiempo y dinero, pero para su buena suerte no se requiere mucha imaginación pues, como cada una tiene la llave de su exclusivo compartimento habitacional, fácilmente puede aplicar el mismo arte amoroso con una, después con otra, luego con otra y así hasta agotar existencias. No sé si puedas llegar a creer esto, pero llega el momento en el que conquistar y seducir mujeres se convierte en una obligación más que en una diversión. Hay días que, a falta de palabras más crudas y vulgares, ni se le antoja. Así como se lee, así como suena. Pero él ni siquiera se detiene a pensar en ello; ni siquiera se pregunta el por qué o para qué lo hace. Es como un robot que sabe perfectamente cómo reaccionar ante cualquier situación que implique dar un paso avante en la conquista de una fémina, y ya lo hace no por las mieles que ella le ofrece, sino por lo irónicamente amargo del sinsabor de su banal victoria. Vive para ganar batallas, y vaya si las ha ganado, pero no tiene idea de lo que significa ganar una guerra; nunca va a más, nunca va a menos. La tengo, no la tengo. ¿Y los matices? Bien gracias. Sobran, son paja. Pero la triste realidad es que los humanos somos seres que gustamos e incluso necesitamos de esos matices; nuestra evidente imperfección provoca que distemos de acomodarnos a los eventos absolutos. Es entonces cuando el casanova se cansa de tener todo y no tener nada al mismo tiempo, por lo que intenta vivir esos matices hasta ahora inéditos en la historia de su vida. Y, obviamente, considera que es una tarea considerablemente sencilla de realizar. Así que decide visitar una vez más cada uno de sus condominios y elegir entonces a aquellas afortunadas mujeres que llevarán la batuta en la delicada empresa de dotar su vida de imperfecciones. Pasa con una y pasa con otra para sólo terminar pasando de la una y de la otra. Se le acaban las opciones, digo, los condominios, y hasta ahora no ha salido nada. Lo cierto es que a nuestro rompecorazones le gustaría saber cómo o qué es un matiz, porque entre tantas y tantas mujeres está seguro de que ya se debió haber topado con alguno y tal vez nunca se enteró de ello. Como es un hombre lleno de determinación, decide dar una segunda ronda a los condominios, seguro de que ahora sí encontrará un matiz. Como buen 'lover boy', se sabe capaz de obtener siempre lo que busca, siempre y cuando esto tenga que obtenerlo de una mujer, pero en esta ocasión cero patatero; na´de na´. Ni con una, ni con dos, ni con tres vueltas. Su situación es tan frustrante y desconcertante que empieza a descuidar sus dominios, hasta que ya no le queda nada. Sus condominios están más solos que una tienda de electrónica en Somalia. Llega el día de la ineludible resignación y, aún con el recientemente adquirido conocimiento del hecho de que no puede obtener todo lo que quiera de una mujer, decide seguir haciendo eso que mejor saber hacer. Pronto sus condominios están llenos y fulgurantes de nuevo y, en cierta forma, se siente satisfecho. Pero, ¡ay que vida tan injusta! ¡Ya no sirve el elevador! Y todos sabemos que un corazón de condominio con el elevador descompuesto no sirve de nada. Así, súbitamente, todo él se quedó igual que sus condominios: solo y vacío. Así de inadvertida es “la soledad del Talión”.


Nos quedamos con estos tres nuevos tipos de soledad. Espero que hayan disfrutado esta segunda parte del catálogo tanto como la primera. Sepan que es para mí un placer el recibirlos entre mis letras y mis intenciones (que las tengo). Disfruto de pensar que se llegan a identificar, al menos en parte, con uno, con varios o con todos los tipos de soledad que he venido desarrollando; les puedo garantizar que yo he vivido y sufrido al menos un poco de cada uno, así que por solidaridad no quedará pendiente asignatura alguna. No pierdan la fe, que seguro llegará la tercera parte del catálogo, que no la última.